
El 8 de noviembre de 1519 las tropas españolas y las de sus aliados nativos fueron recibidas en Tenochtitlán, la urbe más grande que había en las Américas, la misma que luego sería la actual Ciudad de México.
Fue la primera vez que los europeos entraban a la capital de una de los grandes imperios del nuevo mundo (como fue luego el caso de la de los incas o purépechas).
Los castellanos se quedaron sorprendidos pues ésta era una ciudad más grande, limpia y ordenada que Madrid, Londres, París Roma o de cualquiera de la cristiandad.
Los aztecas habían construido una metrópolis con pirámides de piedra sobre un lago y sostenida por innovadores cultivos basados en jardines “flotantes” o rodeados de aguas.
Luego de que fuera bien recibido Cortés y sus socios locales trataron de tomar control de Tenochtitlán pero fueron derrotados, expulsados y humillados.
Después de eso volverían y conquistarán dicha capital mexica mediante los buques que construyeron sobre el lago y en alianza con otras etnias nativas.
Dos fueron los factores principales de su victoria. Una fue su nueva arma biológica de destrucción masiva (los virus y epidemias que trajeron y que fueron debilitando y diezmando al menos al 90% de los pueblos originarios).
Otra fue el que ellos no realizaron una invasión sino una guerra entre distintas etnias.
Mientras muchos historiadores clásicos han resaltado la labor de algunos cientos de soldados peninsulares con sus armas de fuego y caballos, la verdad es que todas esas ventajas no les sirvieron de mucho para imponer su victoria sobre otras naciones amerindias.